EVANGELIZACIÓN DE AMÉRICA”
21 set 2012
Encuentro de Centros Culturales Católicos Del Cono Sur
Ciudad de Buenos Aires días 18, 19, 20 y 21 de septiembre de 2012.
MESA REDONDA
“DIMENSIÓN MISIONERA Y ESPIRITUALIDAD DE LOS CENTROS CULTURALES CATÓLICOS A LA LUZ DEL DOCUMENTO DE APARECIDA”
Maria Luiza Marcilio-Presidente del Instituto Jacques Maritain de Brasil
Participaram da mesa redonda:Obispo Coadjutor de Asunción: Edmundo Valenzuela e o bispo de Campos(RJ) Roberto Ferreira Paz
En primer lugar quiero agradecer la bondad de los organizadores de este Encuentro por acordarse del IJMBr que, en mi nombre, forma parte de esta mesa.
Siendo historiadora lo que les puedo presentar sobre el tema propuesto para este Panel, en medio de dos pastores de la Iglesia, es un abordaje sobre la dimensión horizontal, humana de la Cruz, de “amarmos los unos a otros”, centrado en la acción del laicado, en el ámbito de los Centros Culturales Católicos. Con la ayuda de las Escrituras, de teólogos contemporáneos, de documentos actuales de la Iglesia y con mi experiencia de investigadora, con osadía, procuraré hablar de la condición de ser Cristiano en el mundo pluralista de hoy, intentando pensar en la visión integral del Hombre y de la Mujer, dentro de la feliz expresión cuñada por Jacques Maritain: “del hombre todo y de todos los hombres”. El teólogo Hans Küng afirma que “el cristianismo pide una transformación radical de la conciencia, de la postura psíquica, de toda la mentalidad, del centro de la persona, del corazón… El cristianismo objetiva la transformación de la persona – a partir de su centro – de la persona en su confrontación con el Absoluto, con el propio Dios … La palabra bíblica “metanoia” quiere expresar un profundo cambio de la forma de pensar sobre la persona, una conversión de la persona, de la humanidad para lo Absoluto, para Dios”[1]
El párrafo 348 del Documento de Aparecida dice: “La grande novedad que la Iglesia anuncia en el mundo es que Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, la Palabra de la Vida, vino al mundo para hacernos partícipes de la naturaleza divina (2Pd 1,4) para que participemos de su propia vida. Es la vida trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la vida eterna. Su misión es manifestar el inmenso amor del Padre, El cual quiere que seamos hijos suyos. El Kerygma(anuncio) cristiano convida a tomar conciencia de ese amor vivificador de Dios que se nos ofrece en Cristo muerto y resucitado”.
El punto central y convergente de toda la historia mundial y que cambió los rumbos de la humanidad es, pues, Jesucristo, el Jesús de Nazaret.
El mundo actual interpuso barreras enormes que impiden o dificultan la transmisión y la vivencia de la Fe y que viene esclavizando al hombre: la secularización, el materialismo, el hedonismo, el consumismo, el ateísmo, la agresión peligrosa al medio ambiente. Con esas realidades de violencia, de intolerancia, de corrupción y de comportamientos discutibles, existe la necesidad, hoy más que nunca, de ayudar a las personas para que redescubran la necesidad de construir el Reino de Dios y de formar hombres nuevos para la vivencia del Reino.
Justamente en este nuevo contexto histórico que viene transformando el mundo de forma radical y que se acostumbró por denominarlo globalización, es urgente, del mismo modo, la formulación de una nueva evangelización, de un cambio radical del cristianismo, creando un nuevo humanismo integral, donde se le dé la primacía al ser humano. En este nuevo escenario, en el que hubo una debilidad de la vida de fe en las comunidades cristianas, la Iglesia es llamada a realizar esa acción crucial, colectiva y en la acción de cada uno de nosotros, con el compromiso del bautismo. En esta renovación están empeñados teólogos, filósofos, científicos de variadas áreas, la Iglesia, produciendo una abundante literatura que nos puede ayudar en esta difícil caminada.
La búsqueda comienza por entendimiento de la crisis de sentido por la que atraviesa el mundo hoy, una crisis sin precedentes que se arrastró por toda parte y, unido a ella, la crisis de valores. Es urgente que haya un cambio de paradigma, una “conciencia y responsabilidad social” para que exista verdad, confianza y amor por la verdad. Se debe entender la crisis como una oportunidad, una búsqueda de respuesta positiva que pueda ayudar en la construcción del nuevo rostro de la Humanidad. El cristiano debe estar al frente de una lucha para la creación de una cultura de respeto y de diálogo, de justicia social, de pluralismo, de tolerancia, de verdad, de paz y de fraternidad.
En esa acción es necesario, antes de más nada, que los cristianos conozcan y entiendan la nueva situación – es el VER la. Enseguida JUZGAR la en sus varias facetas a la luz del Evangelio, para después ACTUAR. Con esos pasos su trabajo será más eficaz.
Como bien afirma el filósofo católico francés Paul Valadier “la fe cristiana puede ofrecer las bases de un comportamiento recto separándose, claramente, de la barbarie presente e, incluso, constituyéndose contra ella. El cristianismo puede encontrar o rencontrar aquí un impulso al reconstituir, igual que en la época del cristianismo primitivo, comunidades vivas, contestatarias del desorden del ambiente, soldados con convicciones fundamentales que les den alegría de vivir, gusto de emprender, capacidad de anticiparse al acontecimiento sin que estén sometidas a las dictaduras del conformismo libertario y liberticida”[2]
El Documento de Aparecida recomienda: “Se trata de salir de nuestra conciencia aislada y lanzarnos con osadía y confianza a la misión de toda la Iglesia” (§ 363). Y contra el materialismo en la cultura de América Latina “es imprescindible que el discípulo se fundamente en el seguimiento del Señor que le proporciona la fuerza necesaria, no sólo para no sucumbir frente a las insidias del materialismo e del egoísmo,
sino para construir alrededor de él un consenso moral sobre los valores fundamentales que hacen posible la construcción de una sociedad justa”. (§ 506)
El inicio de ese proceso comienza, pues, en cada uno de nosotros, en la metanoia, en la conversión que debe ocurrir en el interior del corazón de cada uno. Aquí, recordamos la parábola del Sembrador con la comparación de la semilla que, lanzada en la tierra, brota, crece y fructifica, mostrando que el fruto tiene que venir de dentro hacia fuera. En medio de los conflictos, crisis y resistencias, lo importante es ir sembrando.
Pero no basta. Esa conversión debe ser permanente. Para el apoyo personal de una conversión permanente entran en acción los Centros Culturales Católicos que pueden ofrecer el alimento constante, el agua que mata la sed, el debate y la acción en el caminar por el camino de Jesús. En su discurso en Subiaco (1/4/2005), sobre la crisis de las Culturas, el Cardenal Ratzinger (poco antes de convertirse papa) afirmaba: En este momento de la historia, lo que más necesitamos son hombres que, a través de una Fe iluminada y vivida, hagan que Dios sea creíble en este mundo. El ejemplo negativo de cristianos que hablaban de Dios y vivían de espaldas a Él, obscureció la imagen de Dios y abrió la puerta a la incredulidad. Necesitamos hombres que tengan la mirada fija en Dios aprendiendo en Él la verdadera humanidad. Necesitamos hombres cuyo intelecto sea iluminado por la luz de Dios y a quien abran el corazón, de tal forma que su intelecto pueda hablar al intelecto de los otros y su corazón pueda abrir el corazón de los otros”[3]
Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, concluye su libro diciendo: “La Nueva Evangelización parte de la credibilidad de nuestra vida de creyente y de la convicción de que la gracia actúa y transforma, a tal punto de convertir el corazón”.[4] Es fundamental la coherencia, la autenticidad entre la Fe, la predicación y la acción de cada uno.
La Iglesia debe escuchar lo que la cultura moderna quiere decir, para partir de una radical renovación de la proclamación del Evangelio. El Evangelio provoca y exige una profunda reflexión sobre el ser cristiano hoy. En las Sagradas Escrituras los fieles encuentran los recursos intelectuales y espirituales para su testimonio en el mundo. La Constitución Dogmática sobre la Revelación Divina – Dei Verbum (§ 24) da una definición semejante al insistir más en la idea de “rejuvenecimiento” permanente. La influencia de la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes en ese punto es magistral. La Esperanza está en la necesidad de la Fe para cambiar el mundo.
Dentro de esa concepción del cristianismo, y el limitado espacio de tiempo de mi intervención, entre las múltiples acciones de enfrentamiento de la Nueva Evangelización en el mundo actual, procuraré enfocar tres. Creo que, el Actuar de los Centros Culturales Católicos del Cono Sur, se pueden convertir en medios de la renovación espiritual. En primer lugar la Educación continua de la fe, en la buena y permanente formación de sus miembros; después las Relaciones intra Eclesiam, para promover la aproximación entre las divisiones e intolerancias existentes en su interior y, finalmente, la practica de la Belleza como uno de los medios más eficaces en la comunicación de la Fe.
La Educación. No se puede hacer Nueva Evangelización sin nuevos evangelizadores. Tarea compleja. São Paulo afirma: “Porque todo aquél que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo pueden invocar a aquél en quien no creen? Y ¿cómo creerán sin haber oído hablar? Y ¿cómo oirán hablar si no hay quien predique? (Rm: 10; 13-14). El Cristiano, como discípulo y misionero de Jesucristo, debe, por lo tanto, estar bien preparado. La Gaudium et Spes (§31) recomienda: “Para que cada hombre pueda cumplir, más perfectamente, sus deberes de conciencia, ya sea para consigo mismo ya sea en relación a los varios grupos de los que es miembro, se debe tener el cuidado de que todos reciban una formación más amplia, usando para tal los medios considerables de los que hoy dispone la humanidad”
Le doy la palabra a Paul Valadier: “No existe futuro de la fe sin una sólida formación intelectual que la ponga en contacto con una inteligencia fuerte de las Escrituras, tal y como propone la exegesis moderna, un sentido agudo de la diversidad de las tradiciones teológicas y su respectiva fuerza argumentativa, una aproximación simpática y no hostil o desconfiada, a priori, en relación a la filosofía antigua y moderna, con afinidades fuertes y fundadas con la sociedad moderna, en vez de una desconfianza hostil o miedosa”[5] .
Ahí está una de las acciones del Centro Cultural Católico en nuestro medio latino americano. En este momento de ingreso en una nueva era de la Historia de la humanidad es urgente construir un proyecto para restituir a los cristianos su identidad de creyentes. De ahí la urgencia de una educación de calidad que no se extingue en la Iniciación cristiana de los niños, que no puede ser limitada y rápida, únicamente en la preparación para los primeros sacramentos. Ese es uno de los desafíos y misiones fundamentales de cada Centro Cultural Católico: formar a sus miembros permanentemente para que salgan fortalecidos y bien preparados para el testimonio, la difusión de la Palabra y para el actuar cristiano.
Las relaciones intra Eclesiam deben constituir una Iglesia viva, solidaria, respetuosa en su pluralidad, en la búsqueda colectiva de la promoción del Reino de Dios, de la dignidad de la persona humana y en la instauración de la justicia social y de la Paz. El desafío es la convivencia tolerante en las divisiones, intransigencias, radicalismos existentes dentro de la iglesia Católica.
En 1963, nos informó el que fue Maestro General de la Orden de los Predicadores, Fray Timothy Radcliffe, que durante la 2ª. Sesión del Concilio Vaticano II, se reunieron separadamente Karl Rahner (jesuita), Edward Schellebeecks (dominico) y Hans Küng (sacerdote diocesano) para la fundación de una revista que hiciese avanzar la agenda del concilio. La revista, precisamente, recibió el nombre de CONCILIUM, cuyo primer número salió en 1965. Ella congregó teólogos
entusiasmados con la adopción de la modernidad, del aggiornamento de la Iglesia llevada a cabo por el Concilio. El tema central fue la Encarnación; era la teología orientada hacia fuera, fundada en la Tradición, pero al mismo tiempo enraizada en la Liberación. Eran los católicos del Reino. Ella se iba realizando concretamente a través de varias especies de liberación, como la “opción por los pobres” en América Latina; la “liberación feminista”, especialmente en los Estados Unidos; la liberación inculturada, en Asia.
En contraposición a esa tendencia, años más tarde, se reunieron teólogos de la Comunión que, de la misma manera, criaron su revista COMMUNIO, en 1974. Surgió con la preocupación sobre los nuevos caminos, con el giro que la Iglesia estaba tomando a consecuencia del Concilio. La influencia central de esa línea estaba en el teólogo Hans Urs Von Balthazar, y entre sus colaboradores principales estaban Joseph Ratzinger y Henri de Lubac. En la Communio se vislumbraba cierta desconfianza de cara a la llamada “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” que se venía desarrollando. Eran los católicos de la Cruz, del apelo al agrupamiento de las fuerzas y de la manutención de la tradición. [6] De los dos lados había teólogos y cristianos esencialmente místicos y sedientos de Dios.
En torno de ambas posiciones, se fueron creando movimientos, comunidades, de diversas tendencias, algunas de ellas radicales, fundamentalistas, cerradas en si mismas e intolerantes.
Aunque cada acción individual acabe por convertirse en colectiva, reuniendo compañeros y creando adversarios, unos pretendiendo la eliminación de los otros, un proyecto transformador a ser creado estaría orientado a la aceptación de una posición de respeto y de harmonía entre grupos, en conformidad con la diversidad de visiones para preservar la unidad en la pluralidad. Cuando una religión asume esa postura exclusivista, de superioridad frente a las otras, la coexistencia, l´ ecumenismo se torna muí difícil.
Una tarea profética de los Centros Culturales Católicos estaría en rechazar con energía que se hable de una Iglesia de los “buenos” y otra de los “malos”. El desafío estaría en asumir una posición comprometida con el Reino de Dios, con la promoción de la dignidad de la persona humana, con la causa del Evangelio, con la prioridad de los más desvalidos. El desafío está, pues, en buscar con valor y con base en nuestras experiencias personales y comunitarias, la creatividad de una Iglesia donde el testimonio es de fe y no de división, de cerrarse ante el otro o de intolerancia. ¿Quién sabe si en la existencia de una teología laica, abierta al Vaticano II, existiría un futuro renovador de la Nueva Evangelización, acompañando los nuevos tiempos? El pluralismo no impide el entendimiento práctico sobre bases comunes.
La otra dimensión que me gustaría recordar aquí es la vía de la Belleza, forma privilegiada de anunciar el Evangelio. El Cardenal Paul Poupard expresa con sensibilidad esa dimensión: “En términos metafísicos lo bello, así como lo verdadero y el bien, nos conducen al Ser primero. Dios, del mismo modo que es Verdad Primera y Bien supremo, es la propia Belleza. Pero lo bello dice más que lo verdadero o el bien. Decir de un ser que es bello, no es simplemente reconocerle una inteligibilidad que lo hace conocible. Es decir, al mismo tiempo que, especificando nuestro conocimiento, él nos atrae e incluso nos cautiva. Una realidad bella posee en sí misma una irradiación capaz de suscitar la admiración, así como también el deseo de una visión y de un éxtasis permanente en la contemplación de la realidad. Esa rápida mirada metafísica nos ayuda a comprender por qué la belleza es un camino real para llevar a Dios. Sugiriéndonos quién es Él, ella suscita en nosotros el deseo de poseerlo en el reposo de la contemplación, no solamente porque Él puede saciar nuestra inteligencia y nuestros corazones, sino porque contiene en sí la perfección del ser, fuente harmoniosa e inagotable de claridad y de luz.[7]
En estos tiempos nuestros se nota la decadencia del sentido de la belleza en todas sus expresiones. Afirma el Cardenal Rino Fisichella, “donde existe menos Belleza, ahí falta el amor y consecuentemente el sentido
de la vida. Si la belleza, de hecho, se agota y no es más capaz de suscitar el genio para criar la obra que permanecerá en el tiempo, entonces caemos en lo efímero y, consecuentemente, perdemos hasta el sentido de la verdad y de la bondad. Si existe menos fuerza de atracción del arte entonces nos hacemos incapaces de crear cultura e la vida personal y social se hacen insípidas”. [8] Decía Dostoievski, en su famoso `El idiota´: “La belleza salvará al mundo”.
Los que creen deben ser los anunciadores de la belleza y hacer de la belleza el instrumento del anuncio del Evangelio en el mundo de hoy. El cristianismo desde sus orígenes hizo del arte una forma de evangelización. Por ese motivo la Iglesia Latina y la Iglesia de Oriente, a través de los siglos, procuraron expresar de forma especial y representar visiblemente la verdad de la fe y la bondad del creer. Tenemos grandes tesoros y el mayor acervo de arte de toda la Historia, seguramente fue, construido por los cristianos, para hacer evidente el mensaje de la Sagrada Escritura. Fue el mejor vehículo para comunicar el contenido de la Fe, la Buena Nueva. Basta recordar la belleza de una catedral gótica como lugar privilegiado de evangelización y de elevación del espíritu a Dios. La Belleza – a través de todas sus formas: de la música, literatura, arquitectura, pintura, escultura, de las artes escénicas, de la liturgia – comunica mejor que todas las demás formas y de manera más eficaz el misterio de nuestra Fe y permite la serenidad de la contemplación. Aquí cerca de nosotros, en el centro de la ciudad de São Paulo, el Canto Gregoriano y el órgano atraen centenas de creyentes y de no creyentes en la Misa dominical de las 10 en el Monasterio de San Benito. Todos se quedan edificados y silenciosos ante la Belleza del coro de los monjes y de la competencia del órgano, en la celebración Eucarística. Y ¿cómo no recordar la emoción que despertó y la elevación de espíritu y la transcendencia entre de los más de mil oyentes (ciertamente, no creyentes en su mayoría) de la Misa Solemne de Beethoven, en la Sala São Paulo, en julio último? Desde otro campo, no se puede dejar de hablar de la elevación de nuestros corazones a la creación y al Criador, en todo nuestro planeta, ante la belleza de la luna llena, retirándose al
amanecer para dar lugar, desde otro lado, al Sol resplandeciente surgiendo en el horizonte. Son múltiples los ejemplos en los cuales el arte sacra y la creación del Señor permiten el deslumbramiento y a la elevación de espíritu del Cristiano y del no Cristiano, en todo el mundo.
La belleza de la liturgia, como la del arte Cristiano, procura su esencia en su finalidad: alabanza del Criador en cuya imagen estamos plasmados. De acuerdo a las épocas y culturas, ese arte puede evocar más la omnipotencia que la ternura, más la Gloria que la humildad de un Dios que hizo hombre, pero siempre es el mismo Dios invisible hecho visible a nuestros ojos a través del rostro de Cristo. Y el Evangelio es el que nos presenta el rostro, la mirada, la actitud del “más bello de los hijos de los hombres” (Sl 45, 3), como nos dice el Cardenal Poupard. Pablo VI, en un mensaje dirigido a los artistas el último día del Concilio, les dijo: “Hoy, como ayer, la Iglesia necesita de ustedes… Este mundo en el que vivimos necesita belleza para no zozobrar en la desesperación. La belleza, como verdad, coloca la alegría en el corazón del hombre”.[9]
Los Centros Culturales Católicos, cada uno en su propio ámbito, podrían estimular el descubrimiento de jóvenes valores, de crear posibilidades para el desarrollo de esos talentos en potencia, de crear ambientes donde reine lo Bello, así como propagar, evidenciar el poder de la Belleza en los trabajos artísticos, capaces de multiplicar los medios para desarrollar el Reino de Cristo Pantocrátor.
Para concluir. Hoy necesitamos personas, clérigos y laicos con Fe iluminada y bien preparada, que hagan creíble a Dios en el mundo actual. Personas que, teniendo a Dios en sus corazones, puedan servir de testimonio, con su comportamiento renovador hacia la apertura del corazón del prójimo.
El estudio permanente de las Verdades sagradas y la profundidad del misterio de Jesucristo es un camino necesario. La promoción de la Belleza puede servir como uno de los caminos, de los más privilegiados, para enfrentar los desafíos de la secularización y de la falta de sentido de nuestros días y elevar el espíritu al divino. El testimonio de los que practican los valores cristianos es básico para que se perciba la coherencia, la autenticidad y la fidelidad entre los que predican y su accionar.
[1] Küng, Hans. Projeto de Ética Mundial.São Paulo, Paulinas, 1993, p. 114.
[2] VALADIER, Paul. A condição cristã do mundo sem dele ser.Lisboa, Instituto Piaget, 2004 (trad.), p. 11.
[3] Ver en el site Deuslovut/2008.
[4]FISICHELLA, Rino. La nuova evangelizzazione. Una sfida per uscire dall´indifferenza”. Milano, 2011, p.144.
[5] VALADIER, Paul. Um cristianismo de futuro….. p. 74
[6] RADDIFFE, Timothy. Por que ser cristão? S.Paulo, Paulinas, 2011, PP. 263 e segs.
[7] Conferencia del cardenal Paul Poupard, Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura el día 1º de noviembre de 2000, 25º aniversario de la fundación de las Comunidades Monásticas de Jerusalén.
[8]FISICHELLA, Rino. La nuova evangelizzazione. Una sfida per uscire dall´indifferenza. Milano, Mandatori, 2011, p. 114.
[9]Pablo VI, “Mensaje de encerramiento a los hombres del pensamiento y de la ciencia y a los artistas” el 8 de diciembre de 1965.
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